lunes, 25 de junio de 2012

Toda nueva realidad es posible


El lenguaje se constituye como la principal red de conexión entre los seres humanos. El “logos”, aquella capacidad de articular pensamientos y sentimientos a través de la palabra, se conjuga como el multi - cable que nos une, de una u otra forma, en sociedad.  No es de extrañar, dada esta realidad, que los usos que se le dé al lenguaje y a su capacidad performativa de transformar, literalmente el mundo, sean objeto de poder. Una lucha constante por el orden y significado de las palabras. Cuando Obama anunció, después de la muerte de Osama, que se había “hecho justicia”, está significando este antiguo concepto como el de la justicia del más fuerte. Las razones técnicas del derecho internacional, de la presunción de inocencia, y sin dilatar más este aspecto, de la ilegalidad del procedimiento, la falta a la soberanía de Pakistán, etc. Sólo promueven la visión de que “justicia” en este caso, había sido simplemente la “justicia del más fuerte”.

Las disputas por las palabras son trascendentales, pues en ellas se da el marco de acción de donde las acciones mismas tomarán forma. En la “era de la información” (distorsionada), la comunicación se ha vuelto vertiginosa. Este anuncio de que el tiempo corre más y más rápido, de que los días, meses y años son más cortos, y de que la cantidad de sucesos que pasan y pasan constantemente de una manera más rápida debe haber sido anunciado, escrito y reflexionado un millón de veces en cada época distinta. Si escritores como Ortega y Gasset se asombraban en los años veinte sobre los coches manejados a 50 km/h, y las enormes masas de población (casi quinientos millones de europeos hacia la citada década) que reproducían constantemente sus necesidades; en la actualidad, con un potencial de ocho mil millones de personas en un par de décadas más, y el progresivo desgaste de la naturaleza, la sensación de vértigo y el “llene de todos los espacios” para un sujeto como Gasset sería imposible de soportar.

Es por esto que el sujeto se constituye como un sujeto discursivo. Un discurso articulado, es un discurso hegemónico. Un individuo, antes de cumplir los dieciocho años de edad, ya sabe (discursivamente) como va a vivir esa vida, pues tiene algunas opciones para elegir: estudiar, trabajar, algún que otro viaje, trabajar, trabajar, y jubilar (miserablemente). El discurso que la familia, la religión, la educación, los medios, la publicidad, la arquitectura como sistema material de vida en sociedad,  hasta las reglas de transito nos van enseñando, terminan constituyendo la realidad, y posicionándolo a uno en un determinado lugar. Uno se vuelve una “posición de sujeto”, pues, socialmente, eres determinado con ciertos roles (estudiante, trabajador, empleado, asalariado, vendedor, etc.) y que la ley te hace cumplir. Obviamente, hay contradicciones en estos discursos. Pues no hay un “único” discurso imperante, esa especie de “matrix” o centro nivelador imperial que maneja los hilos del mundo y de nuestras conciencias desde un centro único (en Washington o el Pentágono). Lo que hay son juegos de poderes por la hegemonía discursiva.

Puesto que el discurso es realidad, y la realidad es discursiva, las formaciones sociales históricas son contingentes, no imperecederas. Ningún orden ha durado eternamente, y ningún conocimiento es perfecto. Así se da la paradoja de que los fenómenos históricos estén basados en realidades discursivas hegemónicas contingentes. La modernidad es un ejemplo, basado en el sistema capitalista de producción. ¿Por qué son contingentes las relaciones hegemónicas? Porque son contractuales, precisas de un momento determinado. El liberalismo y la democracia no eran dos palabras que se asociaran fácilmente en el siglo XIX. La Republica Liberal era en este entonces el sistema de gobierno por excelencia. Pero además, esto quiere decir que los sistemas hegemónicos de discurso no son totales ni totalizadores del espacio social. Si república y liberalismo eran el mejor gobierno en el siglo XIX, ¿Por qué en el siglo XX cambió a liberal – democracia esa excelencia de gobierno? Esto solamente confirma la contingencia de la relación discursiva entre tres palabras, articuladas en torno de una: liberalismo, con republica o democracia.

Para el contexto latinoamericano, la mal llamada “cuestión social” fue lo que abrió las puertas a la democratización de la sociedad por medio de la política. Denominar cuestión “social” a un hecho ampliamente político, como fueron las gigantescas protestas obreras y las articulaciones de sindicatos y confederaciones de todo tipo, es solamente otra muestra de cómo la educación chilena subvierte la historia, y se apodera de la memoria. Recuperar los legados de largas luchas populares es otra forma de poner en juicio al poder de la palabra establecida, y generar nuevas formas de poder.

Pues toda articulación discursiva hegemónica, al ser contingente, puede ser puesta a prueba. El discurso puede ser subvertido. Las relaciones de poder pueden ser cambiadas. Pues una relación hegemónica es una relación de totalidad fallida, pero convertida en totalidad plena. Cuando se piensa que el sistema “es así”, se está validando el hecho de que por naturaleza, tenemos que conformarnos con “este mundo”. Pero si entendemos que las relaciones hegemónicas, esa realidad totalizante (“el sistema”, “el mundo”, el capitalismo”) es contingente e histórico, la puerta puede ser abierta para demandar la entrada de un nuevo discurso. Ya lo dijo Gramsci, para revolucionar el estado de cosas, se necesita articular una nueva hegemonía. Y es desde las palabras que se da la primera lucha, y se establece el marco de referencia (la “cancha” y las “reglas”) de donde se va a poner en cuestión la realidad siempre contingente, siempre re – articulante.  

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